viernes, 18 de septiembre de 2009

Último día

Cuando te ví en la morada de la muerte,
sentí que ya no existías.

Tu pálido rostro acurruqué,
caliente y completamente terso,
como si la vida no hubiera dejado huella en tí
de su larga existencia.

Abracé tu cuerpo sin aliento,
mientras mis lágrimas, que caían por mi rostro,
se iban contigo.

Dejé la vida por unos instantes,
para reunirme contigo,
pero volví a ella.

Sin vivir llevo meses,
sin rumbo o con sentido a ninguna parte.

E.d.L.

1 comentario:

Rafael Pavón Reina dijo...

¡Qué ternura!, ¡qué desgarro! Un saludo.